El bolero de las frutas.
Creada hace más de ochenta años, el día de hoy quiero hablar sobre ella. Una de las más preciosas obras creadas el siglo pasado. Maurice Ravel lo concibió originalmente como un ballet, sin embargo la historia no dio gran importancia a la corografía. Pero la música sigue siendo escuchada aun en el lugar más inesperado “El Bolero de Ravel”.
El día de hoy, como todos los domingos, caminaba entre los puestos de un mercado local. Estaba haciendo las compras de la semana. Tomates, lechuga, carne, fruta, queso y un hot-dog con manos de moneda. Todo sonorizado por la popular banda sonora “El tianguis del domingo”. Voces en forma de susurros, palabras, gritos, risas y un ocasional carro pasando entre las calles.
Entonces comencé a notar entre los murmullos, un patrón. Un sonido rítmico, repetitivo, una marcha, un vals, una melodía familiar. Pero con la entrada del oboe d'amore, se hiso más claro, un bolero, el bolero de Ravel. Y el sonido de la caja orquestal constante, fuerte y en crescendo.
Aunque de primer momento me pareció una curiosidad casi surrealista. La verdad disfrute bastante el ver los colores del mercado con esa melodía de fondo. Notas ordenadas y repetitivas, melodía obstinada que retorna cada vez más fuerte. Tomate, tomate, cebolla, tomate, tomate, cebolla, lechuga, manzanas y uvas… tomate, tomate, cebolla.
Todas las notas se trasformaron en colores y formas, el ritmo en composición y las melodías en líneas. Creo que es, lo más cercano que pueden estar los ojos del pintor de desnudar lo que es propio de los oídos del músico.
Cuando la música termino, me di cuenta que había avanzado apenas dos pasos. De esto deduje tres cosas. La primera, es que seguramente parecía un loco (pero no el único). La segunda, que cada vez estoy más convencido de que el arte es solo una, pero con muchos lenguajes. Y la tercera, que es una suerte que no avanzara más rápido y cerrara el gran acorde disonante (penúltima parte del bolero) siendo atropellado.