Todos en la habitación miraban a Don Memo. Durante varios segundos nadie hablo mientras él, trataba de hilar palabras. Finalmente José hablo:
—A qué se refiere… ¿Qué es lo que quiere decir?
— Es que yo… yo nunca creí. Muchachos no pueden decir nada, les juro que la devolveré.
— ¿Pero cómo? Eh… usted…ah… — La conmoción hacia que Abi no pudiera articular las palabras correctamente.
—No, no muchachos, no piensen mal. Yo no robe el collar.
— ¿Entonces de que está hablando?
—No, no… bueno, es que creo que yo lo tengo.
— ¿Cree?
—No, bueno, es que es igualito.
—Don Memo ¿Desde cuándo tiene el collar? — Preguntó Carlos, con los ojos desorbitados.
— Hoy, lo encontré hoy en la mañana.
— ¿Dónde lo encontró? — Dijo Abi.
—No, no puedo decirles jóvenes, por favor entiendan. Les devolveré el collar, pero no pueden decir nada acerca de que fue robado.
Nadie estaba de acuerdo con esa condición, a excepción de Don Memo. Pero el reloj marcaba las 2:55, y fuera del local 7-B ya había dos personas esperando que abrieran las puertas. José se dio cuenta que dentro de una hora, llegaría el señor Yasâr.
— Está bien— Dijo José sin dudarlo— pero debe devolver el collar en menos de una hora —Y mientras decía eso, Carlos y Abi lo volteaban a ver desconcertados.
—Sí, sí, lo traeré. — Contestó con una sonrisa chueca en su rostro que se veía bastante pálido.
Todos salieron del local 7-A y Don Memo cerró todo con llave. El gran reloj verde ya marcaba las 3:05 cuando finalmente Don Memo comenzó a correr al estacionamiento. Carlos, Abi y José cruzaron nuevamente el pasillo bajo el gran reloj.
Pocos minutos después, el local 7-B estaba abierto y todos trataron de mantenerse en calma. José se preparó, ajustó su corbata azul, enderezo el cuello y buscó un chicle de menta en su bolsillo, pero había olvidado comprar más. Pero no había tiempo para preocuparse por eso o ni siquiera por el collar; era hora de iniciar las ventas y José se desconectó de sus problemas.
Durante los siguientes cuarenta minutos todo transcurrió como de costumbre. Un hombre joven acompañado de otro que podría ser su padre, compró un reloj.
—Un bellísimo Cartier, si me permite decirlo caballero. Con un diseño futurista por igual formal y juvenil. Ideal para usted. —Decía José mientras sacaba el reloj del aparador.
—Una maravillosa pulsera de diamantes de estilo art deco. Tiene un precio elevado pero, está fundamentado en su innegable belleza. — Dijo poco después a un grupo de mujeres de unos treinta años— Nada mejor que la presión de grupo, para adquirir una joya— pensaba José.
Mientras Carlos colocaba en su estuche la pulsera de diamantes y Abi cobraba, otro cliente llegó. Un hombre casi calvo con una nariz muy prominente que José atendió con prontitud.
—Buenas tardes caballero, en que puedo servirle.
—Sabe ¿El nombre de su tienda, no está bien escrito? — Dijo el hombre con un tono un poco desinteresado.
—Ah, si… en unos cuantos días lo arreglaran—Dijo José— pero permítame ayudarle ¿Qué es lo que está buscando?
Mientras atendía a el refinado hombre, José se reía un poco para pensando en el nombre de la tienda. Cuando el local 7-B fue adquirido por Yasâr y transformado en joyería, pasó a llamarse “Joaillerie Française”. Rakin Yasâr sabía poco de francés y menos de Francia, pero le parecía que “joyería francesa” era muy elegante. El nombre funcionaba bien, cuando la plaza (y el local 7-B) era mucho más pequeña y modesta. En esos tiempos José era capaz de atender la tienda por si solo y nadie cuestionaba el nombre del local.
Pero pocos meses atrás, la plaza había recibido un gran impulso económico. Se abrieron varios restaurantes, el cine cambió los “combos económicos” por salas “VIP” y varios locales viejos quebraron a la par que se abrían nuevas cadenas de ropa de diseño. Los únicos sobrevivientes eran la fuente de sodas “Rock & 50’s” del local 3A, “Bok2” del 7-A y “Joaillerie Française” del 7-B.
La nueva clientela había ayudado a crecer a la joyería. Pero estas personas adineradas eran más quisquillosa con ciertos detalles. Y aunque la mayoría se pavoneaban pronunciando “Joaillerie Française” con el “correcto” acento francés; algunos otros (que realmente sabían francés) no dudaban en señalar el error en la traducción.
La verdad es que en ese ambiente, la dulcería de Don Memo desentonaba un poco. Tiempo atrás, el lugar se llenaba con los muchos niños que venían en familia. Pero el nuevo público de juniors adolescentes, jóvenes solteros y parejas adineradas no frecuentaban la dulcería infantil.
Pero a pesar de la mala racha era inconcebible, para José y los demás, ver a Don Memo como un ladrón. Parecía imposible que un señor tan tranquilo y bonachón hiciera semejante cosa.
José hubiera seguido pensando en Don Memo pero una vos lo interrumpió.
—Sí, me llevaré este— Era el hombre de la gran nariz que había escogido un anillo.
—Oh, excelente elección señor, permítame decirle que es una pieza única de oro de 22 quilates.
José abrió el aparador y mientras sacaba el anillo, volteo a ver el reloj verde. Faltaban solo siete minutos para las cuatro. José caminó con el anillo hasta la caja registradora. Carlos y Abi se inclinaron sobre el mostrador, y José les murmuró la hora. Los tres sintieron que no había forma de que Don Memo regresara a tiempo.